jueves, 1 de febrero de 2018

Agustín de Betancourt, un faro de la ingeniería moderna

Hoy se cumple el aniversario del nacimiento de Agustín de Betancourt y Molina (1758-1824), uno de los más insignes científicos españoles. Desgraciadamente en nuestro ámbito, el nombre de Agustín de Betancourt es poco más que eso, un nombre, un útil toponímico para designar calles, plazas y avenidas. Muy pocos de nosotros sabríamos decir quién fue, cuáles fueron sus aportaciones y cuál el significado del trabajo científico que desarrolló en su época.

Probablemente esta especial incuria se deba a que abandonó las Islas a los veinte años para no regresar jamás. En San Petersburgo, en cambio, su figura y su legado constituyen una presencia viva. Allí pasó más de un tercio de su vida y allí pudo desarrollar plenamente sus capacidades, hasta el punto de que muy pocos de sus habitantes ignoran quién fue Agustín de Betancourt y Molina.

Retrato del autor realizado por J.A. Álvarez Rixo
Tal vez no sea exagerado afirmar que fue uno de los grandes ingenieros del Siglo de las Luces, una mente privilegiada de la época en que el ser humano empezó a enseñorearse de la naturaleza, a dominarla y utilizarla para sus fines, una época de la que somos herederos directos.

Nació en 1758 en el Puerto de la Cruz (Tenerife), cuando los principios de la Ilustración ya se habían impuesto en gran parte de Europa. El entorno familiar favoreció el despliegue del talento que desde niño mostró: su padre, Agustín de Betancourt y Castro, fue miembro de la tertulia de Nava, y su madre, Leonor de Molina y Briones, era hija del Marqués de Villafuerte. 

En 1778 marcha a Madrid para estudiar en los Reales Estudios de San Isidro y en Real Academia de Bellas Artes San Fernando (Betancourt era un excepcional dibujante). Es captado muy pronto por el entonces ministro de Carlos III, el conde de Floridablanca, quien en 1783 le encarga informar sobre las obras del Canal Imperial de Aragón e inspeccionar las minas de Almadén. Ese mismo año, por primera vez en España y ante la Corte Real, eleva en El Escorial un globo aerostático fabricado bajo su dirección. 

Los informes sobre las minas elaborados por Betancourt impresionan a Floridablanca, y en 1784 es enviado con una beca a París para ampliar sus estudios en la prestigiosa École nationale des ponts et chaussées (Escuela Nacional de Puentes y Carreteras). Esta etapa es decisiva en su formación intelectual, pues en la capital francesa entra en contacto con un mundo diferente al español, en el que la ciencia y la ingeniería gozaban de mayor apoyo y reconocimiento. El joven Agustín ya ha empezado entonces a desarrollar sus propios proyectos en los campos de la hidráulica y la mecánica, así como numerosas investigaciones de carácter técnico, como su memoria Sobre la purificación del carbón de piedra y modo de aprovechar las materias que contiene, presentada en la Academia francesa en 1785. De este año data su proyecto de fundar una Escuela de Caminos y Canales en España, que vería la luz mucho más tarde, en 1802.

Ese año de 1785 regresa a Madrid, y gracias al enorme caudal de documentos y maquetas que trae consigo de su etapa parisina, funda el Real Gabinete de Máquinas, el primer museo tecnológico español, que pretendió difundir los conocimientos de ingeniería en la España del momento. El Real Gabinete tuvo sin embargo una corta vida. Como señala Amílcar Martín, «la mayor colección de máquinas jamás reunida en Europa, como se la calificó en su época, no pasó de ser una curiosidad para la atrasada burguesía empresarial española, poco ansiosa de innovaciones.»

Uno de los episodios más interesantes de la vida de Agustín de Betancourt fue su primer viaje a Inglaterra. Se cree que el objetivo secreto de aquel viaje era acceder a la máquina de vapor de Watt para inspeccionarla y traer ese conocimiento a España. Watt y su socio Boulton le enseñan en  Birmingham sus fábricas de botones y plata chapada, pero no su célebre invento. Sin embargo, de regreso a Londres, en el puente de Blackfriars logra ver una máquina de vapor en funcionamento. Según unos, se trató de un mero episodio de espionaje industrial; según otros, el genio inventor de Betancourt no hizo otra cosa sino perfeccionar la máquina de Watt, pues poco tiempo después, ya en Francia, construyó la primera máquina de vapor de doble efecto del continente, hecho que, según Javier Aracil, «contribuyó decisivamente a la difusión de la máquina de vapor de Watt por el continente europeo».

Andamios para la construcción de la catedral de San Isaac

Ya entrado el siglo XIX, en una Europa continental sometida por Napoleón, Betancourt es ya un personaje conocido. Como botón de muestra de su infatigable trabajo podemos mencionar la construcción del telégrafo óptico, junto al inventor suizo Abraham–Louis Breguet, y la redacción del Essai sur la composition des machines, obra pionera en su género, escrita junto al matemático mexicano Joseph Lanz. Entonces se ve atrapado entre dos fidelidades ante las serias amenazas de guerra entre España y Francia. Si España era su patria nativa, Francia era su patria ideológica. Pero ninguno de los dos países tuvo al fin el privilegio de acoger a Agustín de Betancourt y a su familia.

El zar Alejandro I, que conocía el trabajo de Betancourt, lo invita personalmente a visitar algunas instalaciones industriales a comienzos de 1808 y le hace una oferta para trabajar en Rusia, que solo se decide a aceptar tras enterarse de los sucesos de mayo en Madrid. A finales de año llega a San Petersburgo para trabajar en el Departamento de Vías de Comunicación.

Rusia era un país atrasado con respecto a Europa, y la labor de Betancourt se iba a centrar en contribuir a su modernización. Y sería San Petersburgo donde el ínclito portuense dejaría una huella más profunda. Allí construyó canales y puentes y la draga de vapor que había proyectado en España, creó el Cuerpo de Ingenieros de Vías de Comunicación, a imitación de L’École des Ponts parisina y la Escuela de Caminos madrileña, y simultaneó labores de formación de nuevos ingenieros con la inspección de obras de ingeniería en calidad de Ingeniero Jefe, como, por ejemplo, la construcción de la catedral de San Isaac.

Como ya dijimos, muy poca gente en la «Venecia del norte» desconoce quién fue Agustín de Betancourt. Para paliar el desconocimiento que —más allá de calles, plazas y avenidas honoríficas— tenemos en las Islas sobre la figura del polifacético inventor e ingeniero, la Biblioteca de la Universidad de La Laguna está preparando una exposición bibliográfica con motivo del Día del Libro 2018. Con ella la Biblioteca espera difundir su trabajo, su periplo existencial y su legado.

Fuentes:
-Aracil, Javier. Los orígenes de la ingeniería: esbozo de la historia de una profesión. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011.
-Martín Molina, Amílcar. Agustín de Betancourt y Molina. Madrid : Dykinson, 2006.
-Rodríguez Mesa, Manuel. Un canario al servicio de Carlos III: Agustín de Betencourt y Castro. La Laguna: Instituto de Estudios Canarios, 1988. 

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